Viernes, 03 de Agosto de 2007 15:49
La saga de comentarios realizados la semana pasada en relación al enfrentamiento entre cableras y telcos por la provisión de servicios de televisión tuvo como consecuencia diversos mensajes a favor y en contra.
Sin embargo, esta discusión tiene un horizonte de vigencia visible, ya que, con el desarrollo de la tecnología y la tendencia a que las redes sean IP, no habrá distinción de contenidos entre lo que viaje por una u otra red. En definitiva entonces, a mediano plazo la única diferencia entre una telco y una cablera estará dada por la oficina por la que inició el trámite para operar: si fue el COMFER o la Secretaría de Comunicaciones.
Es tan claro el panorama de evolución tecnológica que cuesta aún entender cómo es posible que no se haya avanzado un ápice en la redacción de una nueva ley de telecomunicaciones que, a decir verdad, debería contemplar también aspectos de la ley de radiodifusión. En realidad, debería ser una ley de Convergencia. Más allá de los lógicos intereses de los distintos afectados por esta convergencia, lo cierto es que oponerse a esta nueva realidad es como oponerse a que el sol salga por el Este y se ponga por el Oeste. Por ello, mejor que negar la realidad es preparar un marco regulatorio que la contemple, anticipándose a situaciones que serán cada vez más conflictivas.
Una nueva ley, moderna y lo suficientemente amplia como para contemplar las evoluciones futuras sería beneficiosa no sólo para las empresas involucradas sino también para los ciudadanos. Por lo escaso de su accionar, parece que desde el poder político aún no se tomó conciencia de que las redes de telecomunicaciones son la infraestructura fundamental para una sociedad de la información y el conocimiento, los principales activos de una sociedad del siglo XXI. Vale la pena recordar que el siglo XXI no es el futuro. El siglo XXI es hoy (desde hace 7 años, para ser más precisos).